Cuando era pequeña siempre me ponía nerviosa a la hora de salida del colegio, y es que por seguridad tenían la regla de mantener cerradas las puertas y llamarnos por el altavoz una vez que nuestros padres fueran a buscarnos ... eso me angustiaba, porque parecía que a mis amigos los recogían primero, y aunque solo esperaba unos minutos me parecían horas en las que me imaginaba que mi madre no me recogería o que algo malo sucedería ... simplemente tenía miedo...
Por supuesto nunca pasó nada malo, mi
madre llegaba me recogía y yo olvidaba mi angustia y mis nervios y los
reemplazaba por una sonrisa; aunque ahora que lo pienso quizá mi intuición
sabía algo que yo no, algo dentro de mí sabía que no teníamos mucho tiempo, eso
si fue cierto, un día como hoy hace ya varios años mi madre falleció. No
tuvimos mucho tiempo, pero el que tuvimos fue maravilloso y hoy, entre
recuerdos agridulces y el dolor de una herida que ahora sé que nunca va a
cerrar, me puse a imaginar que es lo que haría si el cielo tuviera horas de visita
... estas sencillas palabras son lo único que me queda para sentirme cerca de
mi madre ... pero sé que siempre estará conmigo ... xoxo, los quiere Abril
SI EL CIELO TUVIERA HORAS DE VISITA
Que bien más grande nos haría Dios si el
cielo tuviera al menos una hora de visita.
Aunque fuera una vez al mes ... ¡uy! ¡me
compraría un vestido nuevo, hasta usaría zapatillas altas! Para que mi madre me
viera bonita y ya no pensara que me visto como un muchacho desidioso.
Ese día me levantaría muy temprano e iría
al mercado a comprar café de grano recién molido y todo para hacer el pan de
naranja que tanto le gustaba a ella, el primero que me enseñó a hacer ...
también compraría unas macetas con claveles y girasoles para que las pudiera
sembrar en el jardín de nuestro Señor y que cuando Jesucristo las viera se
sentara con ella a hablar de flores , mariposas y cenzontles.
Llegaría al menos dos horas antes para
estar segura de que me dejarán entrar al cielo a ver a mi mamá, no podría
quedarme tranquila, caminaría de aquí para allá, mareando a los ángeles que me
vieran pasar, pero tendrían compasión de mi, porque seguramente mi madre ya les
habría contado a todos lo nerviosa y rara que soy, y también que estoy un poco
loca, que soy graciosa, que hablo demasiado y que pierdo el control.
A las cinco en punto me darían mi gafete
de visitante y me indicarían el camino para entrar a traves de un largo pasillo
que huele navidad, y luego de un par de minutos de caminata vería un bellísimo
jardín con un cielo soleado lleno de lunas y estrellas y allí sentada bajo una
jacaranda estaría mi madre, con su sedoso cabello ondulado y sus labios rojos y
coquetos como los de una estrella de cine ... y yo correría como una niña
pequeña a refugiarme en sus brazos e impregnarme de su dulce perfume, besaría
sus mejillas y sus manos, le diría una y otra vez cuanto la amo.
No hablaríamos de cosas tristes ni
serias, porque en el cielo eso no está permitido; le contaría mis cuentos y
recitaríamos poemas, igual que hacíamos las mañanas de domingo, y comeríamos
pan de naranja y beberíamos café y escucharía su risa una y otra vez.
Y jamás volvería a llorar, porque sabría
que ella está bien, entre ángeles y hermosos paisajes, y que me estará
esperando cuando la vaya a ver para leer un libro nuevo y jugar con las
estrellas que nosotros, en nuestro cielo, aún no podemos ver.
Si el cielo tuviera horas de visita quizá
Dios tendría menos trabajo escuchando plegarias y podría tomarse un descanso
para tomar un vaso helado de té.
Si el cielo tuviera horas de visita tal
vez la tristeza dejaría de existir, y en los funerales no lloraríamos ni
tendríamos que despedirnos, tan solo diríamos ¡te veré el jueves a las cinco!
¡llevaré chocolate y donas y también el tablero de ajedrez! Y nos madaríamos
besos y podríamos dormir tranquilos, tú, sabiendo que te iré a ver, y yo,
sabiendo que estás bien.